He estado tres veces en Estambul y no dejo de enamorarme
cada vez que vuelvo y repito visita. La antigua Constantinopla es poderosa y se
nota en cada una de las calles y piedras del centro histórico. Estambul es un
regalo para los sentidos. Para la vista por sus impresionantes edificios que le
dan un carácter imperial, para el oído por ese característico canto desde las
mezquitas que sobrecoge al viajero novato, para el olfato porque pasear por el
bazar de las especias es un viaje a otras épocas y para el gusto porque la
gastronomía turca merece la pena descubrirla. El tacto... Lo reservo para los
curiosos estambuleños, que sienten un irrefrenable deseo de tocar a las
turistas rubias y con ropas poco "discretas" a sus ojos.
Llevo años viajando y sigo pensando que en el top de lugares
visitados está Estambul, siempre ella, tan poderosamente hermosa. El trío de
edificios más emblemáticos que merecen una visita sí o sí son el Palacio
Topkapi, La Mezquita Azul y Santa Sofía de Constantinopla. Cada uno aporta a la
ciudad una postal a enmarcar, un cuadro a pintar y una y mil fotografías con
las que intentar retener en la memoria tanta belleza. Pero yo me quedé
totalmente prendada de ese puerto y ese puente que inspiró "La Pasión
Turca" a Antonio Gala. Sus pescadores, las mezquitas que rozan el mar, el
bazar de las especias allí pegado y la torre Gálata al otro lado, en lo alto.
Que estampa! Qué atardeceres y qué paseos tranquilos contemplando pasar gentes
y barcos, con esa música de fondo que son los cánticos llamando a la oración.
Los que hayan tenido la suerte de ir saben que no exagero; el recuerdo es
imborrable.
Más de 3.000 tiendas dan vida a un enorme mercado, el Gran
Bazar, todo un curso acelerado para aprender a regatear y también para entender
cómo es el turco: comerciante, negociador, embaucador... Que disfruta de la
charla junto a un té solo para intentar venderte unas zapatillas al precio que
él pelea. Merece la pena visitar la cisterna romana, antiguos depósitos de agua
que hoy acogen conciertos y un restaurante sin perder ni un mínimo su encanto.
No hay que perderse la visita a alguna mezquita, como la Suleiman, imponente.
Hay que acercarse a la antigua estación de tren, donde acababa el mítico y
romántico "Orient Express" que recorría Europa de punta a punta. Y
sobre todo tomar uno de los barcos que pasean por el estrecho del Bósforo y nos
acercan a los diferentes barrios y zonas de la Estambul actual, a medio camino
entre Oriente y Occidente, entre lo moderno y el pasado. Entre la vida al
estilo árabe y el europeo.
No me extraña que tantos escritores, aventureros del pasado,
músicos y personas del mundo de la cultura, la política o los negocios hayan
caído rendidos a los pies de Estambul. Constantinopla fue un gran imperio (de
hecho fue la capital de tres imperios!!) y se nota que por allí pasaron
navegantes y comerciantes que traían genero de Asia, que la ciudad fue puerto
puntero en el Mediterráneo durante siglos y que diferentes reyes, emperadores y
demás gobernantes se encapricharon de la ciudad y construyeron en ella por
aquello de "pues yo más que tú".
Viajar a Estambul es abrir un libro de historia, es colarse
en las mil y una noches, es reconocer que al margen de todos los problemas que
tenemos hoy en día con el Islam y su encaje en el mundo moderno, esta ciudad es
un tesoro único. Si la visitas un día ya me dirás... Imposible no quedar atrapado.