Salvador de Bahía es una ciudad ecléctica, un mix de
culturas en el más amplio sentido de la palabra. Pasear por su casco antiguo es
entender la historia de Brasil y de América Latina, de la conquista europea y de los intentos por llevarse al nuevo continente
la esencia del viejo.
Nuestra señora de Bom Fin, la Iglesia de San Francisco, la
Praça da Sé... Pasear por el barrio de Pelourinho, con sus calles empedradas y
los edificios de colores, es conectar con los referentes europeos que sirvieron
para confeccionar una ciudad nueva en un
nuevo mundo. No me extraña que Michael Jackon grabase allí su famoso videoclip
"They don't care about us". Sus callejuelas son una de las joyas de
la ciudad y de Brasil.
Pero para mí lo interesante está en ver como todos los
rasgos europeos se combinan con el
exotismo de una tierra con vegetación, colores, olores y ritmos propios de
África. Porque lo racial y lo africano hacen
de Salvador una ciudad única en América y la que tiene más personalidad de todo
Brasil. Los seropolitanos se sienten muy unidos e identificados con África y
con su pasado esclavista, con el budú, el candomblé (culto a los orishas), con
una gastronomía que juega con
ingredientes africanos y portugueses y unas danzas y músicas con una clara
influencia racial con la que han conseguido, por ejemplo, llevar la capoeira
por el mundo entero. Quizás por eso uno de los iconos de Brasil lo encontramos
en esa iglesia de Bom Fin con sus miles de cintas de colores, otro claro
ejemplo del mestizaje entre la sobriedad religiosa del cristianismo más
arraigado y la alegría de los colores y estampados africanos.
Una de las visitas que me transportó a Europa y más
concretamente a Lisboa fue el mirador de
Lacerda, que une las dos partes de la ciudad (alta y baja). Ese rincón de la
ciudad, con el mercado Modelo (arsenal de todo tipo de souvernirs, donde pasé
una tarde muy entretenida viendo artesanía local y recuerdos muy frikis) es una
zona muy animada en la que apetece quedarse aunque solo sea a contemplar el ir
y venir de barcos, turistas, vendedores ambulantes...
Pero si algo me entusiasmó de Salvador fue sus atardeceres.
Qué espectáculo de la naturaleza contemplar la caída del sol desde dos puntos: solar
do Unhao, una pequeña zona de casitas coloniales pegada la bahía de todos los
santos a la que acuden las parejas, turistas y grupos de amigos a ver caer el
sol. El otro lugar desde el que descubrí lo que es un atardecer de película es
en la popular playa do Porto da Barra, a la que acuden jóvenes a hacer deporte y charlar mientras
cae el sol.
Las fotos que veis son sin filtro. No hizo falta. Lo que sí
hace falta son palabras que puedan describir lo que vieron mis ojos aquella
tarde. La intensidad de colores y tonos, la viveza de todo un espectáculo que a
mí me dejó atónita. Pero los bahameños también se paraban a contemplar y
sonreían. Creo que con el orgullo del que sabe que vive en un lugar especial
con un cielo que es un regalo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario