sábado, 25 de febrero de 2017

Salvador de Bahía, atardeceres de ensueño a ritmo de capoeira

Salvador de Bahía es una ciudad ecléctica, un mix de culturas en el más amplio sentido de la palabra. Pasear por su casco antiguo es entender la historia de Brasil y de América Latina, de la conquista europea  y de los intentos por llevarse al nuevo continente la esencia del viejo.

Nuestra señora de Bom Fin, la Iglesia de San Francisco, la Praça da Sé... Pasear por el barrio de Pelourinho, con sus calles empedradas y los edificios de colores, es conectar con los referentes europeos que sirvieron para confeccionar una ciudad nueva en  un nuevo mundo. No me extraña que Michael Jackon grabase allí su famoso videoclip "They don't care about us". Sus callejuelas son una de las joyas de la ciudad y de Brasil.

Pero para mí lo interesante está en ver como todos los rasgos europeos  se combinan con el exotismo de una tierra con vegetación, colores, olores y ritmos propios de África.  Porque lo racial y lo africano hacen de Salvador una ciudad única en América y la que tiene más personalidad de todo Brasil. Los seropolitanos se sienten muy unidos e identificados con África y con su pasado esclavista, con el budú, el candomblé (culto a los orishas), con una  gastronomía que juega con ingredientes africanos y portugueses y unas danzas y músicas con una clara influencia racial con la que han conseguido, por ejemplo, llevar la capoeira por el mundo entero. Quizás por eso uno de los iconos de Brasil lo encontramos en esa iglesia de Bom Fin con sus miles de cintas de colores, otro claro ejemplo del mestizaje entre la sobriedad religiosa del cristianismo más arraigado y la alegría de los colores y estampados africanos.

Una de las visitas que me transportó a Europa y más concretamente a Lisboa fue  el mirador de Lacerda, que une las dos partes de la ciudad (alta y baja). Ese rincón de la ciudad, con el mercado Modelo (arsenal de todo tipo de souvernirs, donde pasé una tarde muy entretenida viendo artesanía local y recuerdos muy frikis) es una zona muy animada en la que apetece quedarse aunque solo sea a contemplar el ir y venir de barcos, turistas, vendedores ambulantes...

Pero si algo me entusiasmó de Salvador fue sus atardeceres. Qué espectáculo de la naturaleza contemplar la caída del sol desde dos puntos: solar do Unhao, una pequeña zona de casitas coloniales pegada la bahía de todos los santos a la que acuden las parejas, turistas y grupos de amigos a ver caer el sol. El otro lugar desde el que descubrí lo que es un atardecer de película es en la popular playa do Porto da Barra, a la que acuden  jóvenes a hacer deporte y charlar mientras cae el sol.


Las fotos que veis son sin filtro. No hizo falta. Lo que sí hace falta son palabras que puedan describir lo que vieron mis ojos aquella tarde. La intensidad de colores y tonos, la viveza de todo un espectáculo que a mí me dejó atónita. Pero los bahameños también se paraban a contemplar y sonreían. Creo que con el orgullo del que sabe que vive en un lugar especial con un cielo que es un regalo. 






















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