Menuda sorpresa Estocolmo. Es de esas ciudades
bonitas, bien conservadas, en las que se respira orden y equilibrio. Los suecos
son además gentes educadas y muy contenidas.
Los que estéis más puestos en historia sueca o del norte de Europa o hayáis viajado ya la ciudad, sabréis que uno de las visitas obligadas en Estocolmo es el museo del Vasa. Yo le llamo el Titanic sueco. Y es que aunque os sorprenda, a su modo y en su siglo, el Vasa fue el barco que quiso y no pudo ser.
Pero... ¿Qué tiene el famoso navío para merecerse un museo de varias
plantas hecho a medida? El museo del Vasa alberga un buque de guerra del siglo
XVII que se ha conservado casi intacto hasta hoy. Pero no es cualquier nave de
las muchas que recorrían los mares en aquellos 1625-28, fecha de su
construcción.
Si repasamos los libros de historia, ha pasado
muchas veces: reyes que necesitan demostrar su poder, su superioridad sobre el
resto a base de construir o fabricar algo que demuestre que ellos son más. Esa
es la historia de este barco: la dinastía Vasa quiso poseer el mayor y mejor
buque de guerra jamás construido por la armada sueca. Sus medidas no son para
tomarlo a broma: 69 metros de proa a popa y 52 desde el palo mayor a la quilla.
Un navío que pesaba 1.200 toneladas. Recordar que estamos en 1.625 y sacar
conclusiones. Si hoy sigue siendo un barco espectacular, imaginaos en aquellos
años.
El rey, llevado imagino por la ambición y el
ansia de demostrar, pidió al constructor más cañones de los planificados sobre
plano. Eso suponía cierta inestabilidad que había que compensar, de ahí que
llenasen el fondo del barco con 120 toneladas de piedras. Pero, volvamos al
recuerdo del Titanic y a esa ambición de ir más allá que, igual que le pasó al
Vasa, llevo a pique al que iba a ser el barco más poderoso del mundo.
Cuando el 10 de agosto de 1628 el Vasa partió
del puerto de Estocolmo... Oh sorpresa! A 300 metros de tierra firme y
zarandeado por unas fuertes ráfagas de viento, el orgullo de la nación sueca
acabó tumbando de lado. Los cañones se llenaron de agua y empezó el terrible
espectáculo. Los más de 200 tripulantes escaparon como pudieron y algunos
fueron engullidos por el mar.
Ahí acabó la aventura del Vasa: hundido a pocos
metros de Estocolmo hasta el año 1.961, momento en el que las autoridades
decidieron recuperar lo que sin duda hoy en día es un gran tesoro. Lo
interesante del tema es que al estar tan cerca del puerto, el barco y muchos de
sus objetos se han recuperado en bastantes buenas condiciones.
Es un verdadero placer
para los amantes de la historia y del mundo naval contemplar un ejemplar
tan auténticamente bien conservado. Pasear por las diferentes plantas del museo
y ver el navío desde diferentes ángulos me transportó a todas esas aventuras de
marineros que surcaron los mares siglos atrás con su sudor, su experiencia y su
valor como bandera.
El Vasa vuelve a ser el orgullo de la nación sueca, pero con una
excelente lección aprendida: la de no retar al imposible, la de no creer que
todo está vencido. La de saber que el mar sigue siendo fuerte y poderoso y
nosotros solo pequeños e insignificantes humanos que creemos que podemos con
todo. Pero a veces no. A veces no se puede.
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